Por Jesús López Sandoval
El pan de vida, es al igual que para el pueblo de Israel el maná que alimenta en el desierto a un pueblo peregrino que ahora ya ha sido comprado a precio de sangre haciéndonos participes de esta manera de una vida que se prolonga en su presencia.
Según este pasaje bíblico, la enseñanza de
Jesús se resume en su propia vida, de por sí desde un principio la iglesia ha
visto las personas de este cordero de Dios el evangelio viviente.
Decir que Jesús es el evangelio nos proyecta a
pensar que todo lo escrito y reconocido en el nuevo testamento ha sido la vida
misma del maestro, de manera que cuando él mismo dice ser el pan vivo bajado
del cielo, resume que su vida está a nuestro alcance si su naturaleza está
disponible para ser consumido por todo el que crea en él, acudo a él y se una a
él en el acto sublime de la comunión.
El que viene a mí no tendrá hambre, dice el
texto, con lo cual se recuerda aquel salmo que expresa que en verdes prados me
hace reposar y sirve, une mesa frente a mis enemigos, porque entendemos que
comer, al mismo Jesús es saciar el hombre plena del hombre por lo cual se hace
uno con su creador al consumir el cuerpo del cordero que no muere y no morirá.
Todo el que viene a mí no será rechazado
porque la voluntad del padre es que todos se salven y por supuesto que la
salvación llegue a cada persona de manera particular y no puede sustraerse en
esta compra venta en la cual la persona del Hijo paga con su vida para dar la
vida a quien está en sombras de la muerte.
Si el hombre a comido y bebido el cuerpo de
Cristo puede tener la seguridad de que el resucitado le concederá la
resurrección en el último día.
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